Todos somos The Americans o deberíamos

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Ya no sabemos cómo decirlo. Si alguno no nos cree será problema suyo, pero ahora no se puede ver televisión sin ver The Americans. Y a su vez tampoco se puede ver The Americans sin clamar a gritos más atención para la serie. La tercera temporada de la serie de FX no ha generado ni la mitad del ruido mediático que la tercera de House of Cards y sin embargo nos ha aportado el doble. El doble en todo, en emoción, en intensidad y hasta en millas náuticas.

Hoy asistíamos a una season finale sin artificios, sin más necesidad que la de honrarse a si misma para ser demoledora, para no dejar a un solo espectador indiferente sin tener que hacer ningún doble tirabuzón argumental. Llegar, ver y vencer en cuarenta minutos que concluyen una temporada de trece episodios que, en un año con una competencia feroz, no debería pasar desapercibida a nadie por su constancia y su complejidad. Y por Frank Langella, que por algo un veterano como él quiso implicarse en esto.

Con ciertos spoilers sobre el final de temporada, lo comentamos tras el salto.

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Que Keri Russell y Matthew Rhys son la pareja de protagonistas más sólida que tiene ahora mismo una serie en activo lo diremos hoy por primera vez. Que ambos se merecen – como mínimo – unas nominaciones a los Emmys y a los Globos de Oro, no. Pocas series que dependan tanto del talento de sus dos intérpretes principales reciben tanto a cambio. Aporte mucho o poco el guión del episodio a la trama de la temporada ellos dos consiguen que la sensación sea la de haber pasado por un huracán emocional. Algo que se aprecia sobre todo en comparación con el tiempo en pantalla de Noah Emmerich, que carece de esa fuerza.

Una de las principales tramas de la temporada ha sido esa semilla plantada en la season finale de la pasada, la revelación de la identidad soviética a su hija Paige Jennings. Un personaje que ha estado muy cerca, demasiado, de convertirse en la Dana Brody del lugar pero con cierta habilidad en los guiones han logrado esquivar que el espectador sienta un total rechazo al personaje y que al menos la adolescente reciba algo de comprensión. Aunque como con Grace Florrick nos siga echando para atrás tanta religiosidad rápidamente adquirida.

Sin embargo hemos empatizado con ella gracias a sus padres, gracias a que la temporada planteó un debate previo entre ambos progenitores sobre cómo debían proceder y qué consecuencias tendría para ella. Uno quería ocultárselo, otra quería prepararla. Resultó que ambos tenían razón y estaban equivocados al mismo tiempo, su hija necesitaba conocer la verdad desesperadamente pero al mismo tiempo nunca llegaría a estar lo suficientemente preparada para lo que iba a descubrir. Todo eso lo sabemos gracias a que la serie tuvo el suficiente buen criterio de no tener prisa a la hora de mostrarnos el momento clave.

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Tardó en llegar lo suficiente como para impacientarnos un poco pero no tanto como para que la serie tuviese que mostrar las consecuencias apresuradamente. Eso le dio tiempo también a tener en marcha dos tramas paralelas a esta con sus semejanzas y diferencias, como son la de una Martha que también termina descubriendo que su supuesto marido no es quien dice ser y la de un Philip cuya misión le obliga a intimar con una adolescente de edad semejante a la de su hija. Estos trece episodios han jugado mucho al contraste entre unas tramas y otras, a difuminar las delgadas líneas morales y a usar mucho el componente emocional.

Un componente emocional que la propia Martha representa al aceptar a su falso marido a pesar de intuir que no es quien dice ser pero que luego termina catalizándose en el momento en el que este le muestra su verdadero aspecto. Un componente emocional que se muestra con el propio Philip yendo a charlas de autoayuda sin saber exactamente qué hace allí. Un componente emocional que inunda la pantalla en el reencuentro entre Elizabeth y su madre rusa a punto de morir. No ha habido episodio en el que un conflicto interno de los personajes no nos haya destrozado un poco por dentro.

Aunque ninguno hemos terminado tan destrozados como Paige, que nos deja con uno de esos cliffhangers abismales que tanto le gustan a la serie con este personaje revelando a su confesor religioso que sus padres no son americanos sino rusos. Precisamente la línea roja que nunca se debía cruzar. Este era el momento que antes o después iba a llegar, la primera vez que alguien desmontara la identidad secreta del matrimonio. No ha sido Beeman, que si que ha logrado salir bien parado de su operación con Oleg Burov, sino su propia hija.

Por estas cosas es por las que The Americans nunca, jamás, debería ser infravalorada.

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